Personajes

Alfonso Diez

alfonso@codigodiez.mx

La verdadera historia de las apariciones de diciembre de 1531

* Schulemburg tenía razón

* Quién era Marcos Cipactli

 

Cuando Guillermo Schulemburg presentó su libro sobre sus años como abad de la Basílica de Guadalupe, se pensó que haría una denuncia contra Norberto Rivera, por las presiones a las que fue sometido para que renunciara, pero no lo hizo. No quiso hablar con la prensa mexicana “oficialmente” sobre sus declaraciones a una publicación italiana en las que afirmaba que Juan Diego no había existido y en consecuencia nunca se le apareció la virgen; por tal motivo, afirmaba, no debía declararse santo a una persona inexistente.

Antes, durante una reunión en sus oficinas de la calle de Tíber, dijo al autor de estas líneas que el pueblo mexicano tenía todo el derecho a venerar a la Guadalupana, que él no estaba en contra, simplemente había querido poner las cosas en su lugar y trató, hasta donde pudo, de evitar el error que se iba a cometer si se declaraba santo a Juan Diego.

Don Norberto aprovechó la situación para presionar buscando su renuncia; la Basílica era una mina de oro y quería el control. Don Guillermo fue denostado, le llovieron golpes de todos lados y acabó renunciando; en su oficina, sin embargo, hay una auténtica veneración por la figura de la virgen, cuadros de la misma por todos lados son testigos del hecho.


Este 12 de diciembre de 2013 se cumplirá un año más de lo que la Iglesia llama “las apariciones de la Virgen de Guadalupe”, que dicen se llevaron al cabo en diciembre de 1531, hace ya 482 años.
Y aquí surge la pregunta: ¿Tenía razón Schulemburg? ¿Hubo o no apariciones?
 La respuesta la tenemos en una investigación del que suscribe, publicada en el semanario “Revelación”, que dirigía. Algunos puntos se retoman para esta colaboración.

 

La corona de la virgen

El relato de las apariciones se atribuye a Antonio Valeriano, de quien se dice que escribió un manuscrito llamado "Nican Mopohua" que traducido quiere decir “Aquí se dice”, en el que relata las apariciones. Tal manuscrito nunca fue encontrado. Atribuyen a Fernando Alva Ixtlixóchitl la publicación de una traducción al español del Nican Mopohua, escrito originalmente (se supone) en náhuatl y publicado por Luis Lazo de la Vega.


Aquí comienza la controversia. Diversas versiones indican que Valeriano nunca escribió lo que se le atribuye y que pudo ser invención de Ixtlixóchitl, de Lazo de la Vega o de algún otro, incluido el secretario de Fray Juan de Zumárraga; y aquí surge otra contradicción: sumado al hecho de que Zumárraga no dejó testimonio escrito alguno de haber conocido a Juan Diego o haber sabido de algunas apariciones, a pesar de haber dejado diversos escritos, está otro más contundente: el 9 de diciembre de 1531, cuando se supone que Zumárraga recibió a Juan Diego con el relato de las apariciones, no lo pudo hacer porque Fray Juan estaba realmente en España, llamado por el rey para aclarar problemas que se suscitaban en la Nueva España.


Altos dignatarios de la Iglesia Católica han protestado por la difusión de la historia de las apariciones. El primero fue Fray Francisco de Bustamante, quien el 8 de septiembre de 1556, en la iglesia de San Francisco, en la capilla de Saint Joseph, ante oidores de la Real Audiencia y ante el mismo virrey de la Nueva España, dijo: "...si se trata de apartar a los indios de la idolatría, ¿Por qué se les obliga a adorar a la Virgen de Guadalupe pintada ayer por el indio Marcos...?


La fecha, 1556, a 25 años de las supuestas apariciones, coincide con el señalamiento de diversos investigadores de que la historia de las apariciones fue escrita entre 1550 y 1560 y esto da validez a la afirmación de Fray Francisco de Bustamante, de que el indio Marcos —de quien hablaremos más adelante— "pintó ayer" —en 1556— la imagen de la Virgen. La iglesia afirma que Juan Diego murió en 1548, por lo que seguramente no conoció la imagen que dicen se le apareció.


El expediente con el caso de Bustamante fue archivado durante tres siglos; en 1846, el que era arzobispo de México, doctor Manuel Posada y Garduño, lo mostró al licenciado Fernando Ramírez y le dijo: "La verdad sobre las apariciones está en ese expediente, pero no lo vas a ver tú ni nadie..." Muerto el arzobispo, el expediente fue abierto y publicado por la imprenta de Ireneo Paz.


Cuando en 1895 se buscaba el apoyo de todos los obispos para solicitar al Vaticano la coronación de la Virgen del Tepeyac, el obispo de Tamaulipas, Eduardo Suárez Camacho, se negó a apoyar tal solicitud arguyendo que la imagen era falsa; fue en esa época cuando borraron los encargados de cuidar la imagen la corona que ésta ostentaba y que aparece en todas las reproducciones de la misma anteriores a esa fecha. Para darle gusto a Porfirio Díaz, la corona fue borrada, permitiendo que fuera remplazada por la que el régimen de Díaz le impuso fuera de la pintura y que a la fecha ostenta.

Monseñor Arcadio Pagaza, de Veracruz, negó también la autenticidad de la pintura. Hubo un sector progresista del clero mexicano que quería que se aclarara el asunto de las apariciones y la existencia o no de Juan Diego; pero hay más pruebas en contra.


El relato dice que las apariciones fueron en 1531, cuando Juan Diego se dirigía de su casa, en Cuautitlán, al convento de Tlatelolco, a oír misa y recibir enseñanza doctrinaria; pero resulta que el convento de Tlatelolco no existía en 1531, fue fundado en 1536; además, en Cuautitlán se impartía la doctrina, ¿Para qué viajar tan lejos?; si a la fecha, viajando en automóvil se requiere de más de una hora para ir de Cuautitlán a Tlatelolco, ¿Cuánto tendría que hacer a pie Juan Diego en su época?


El rey de España preguntó al virrey de Nueva España, Martín Enríquez, cuál era el origen del santuario en que se idolatraba a una Virgen de Guadalupe, y el virrey respondió el 25 de septiembre de 1575 que "por los años 1555 ó 1556 existía una ermita con una imagen de Nuestra Señora, a la que llamaron de Guadalupe por decir que se parecía a la del mismo nombre en España"; y efectivamente, en el Tepeyac se adoraba a la diosa Tonantzín, pero cuando llegaron los españoles sustituyeron la imagen indígena por la virgen venerada en Guadalupe, Extremadura, España, de donde era originario Hernán Cortés, llamada "de Guadalupe".


El Nican Mopohua nunca dice que la Virgen le haya dicho a Juan Diego que se llamara Guadalupe, sino que le dijo: "Sábelo, ten por cierto, hijo mío el más pequeño, que yo soy la perfecta siempre Virgen Santa María, madre del verdaderísimo Dios por quien se vive..."


Lo que sucedió es que se confundieron en el relato. Juan Bernardino, tío de Juan Diego, estaba muy enfermo, muriéndose, y cuando hablaron de una virgen él pensó en la de Guadalupe, que era la de los españoles y se hizo la confusión, que perduró a través de los años y ahora lamentan los propios religiosos, al grado de que rara vez se refieren a la virgen como "de Guadalupe"; la llaman "Santa María, Madre de Dios" y sólo por excepción mencionan "en su advocación de Guadalupe"; la confusión realmente surgió de un lapsus del que escribió el relato.

 

La opinión de Icazbalceta

En 1883, otro arzobispo, Pelagio Antonio Labastida y Dávalos, solicitó al historiador Joaquín García Icazbalceta su opinión sobre el manuscrito del libro "Santa María de Guadalupe, Patrona de los Mexicanos" redactado por José María Antonio González, canónigo de la catedral de Guadalajara.

Icazbalceta se negó y el arzobispo le ordenó, como amigo, que le diera su opinión; el historiador obedeció, respondiendo en un escrito de 70 cuartillas, con la solicitud de que nunca fuera hecho público.


Muertos ambos, el periódico "El Universal" del 24 de junio de 1896 lo dio a conocer. Allí, Icazbalceta afirma que tras arduas investigaciones llegó a la conclusión de que las apariciones nunca fueron ciertas y que la imagen de la virgen había sido pintada por el indio Marcos; aporta datos históricos eclesiásticos y concluye diciendo:


“...católico soy, aunque no bueno, Ilmo. Señor, y devoto en cuanto puedo, de la Santísima Virgen; a nadie querría quitar esa devoción; la imagen de Guadalupe será siempre la más antigua, devota y respetable de México. Si contra mi intención, por pura ignorancia, se me hubiese escapado alguna palabra o frase mal sonante, desde ahora la doy no por escrita. Por supuesto que no niego la posibilidad y realidad de los milagros. El que estableció las leyes, bien puede suspenderlas o derogarlas; pero la Omnipotencia Divina no es una cantidad matemática susceptible de aumento o disminución, y nada le añade o le quita un milagro más o menos.


”De todo corazón quisiera yo que uno tan honorífico para nuestra patria fuera cierto, pero no lo encuentro así; y si estamos obligados a creer  y pregonar los milagros verdaderos, también nos está prohibido divulgar y sostener los falsos.


”En mi juventud creí, como todos los mexicanos, en la verdad del milagro; no recuerdo de dónde me vinieron las dudas y para quitármelas acudí a las apologías; éstas convirtieron mis dudas en certeza de la falsedad del hecho. Si he escrito aquí acerca de ello ha sido por obedecer el precepto repetido de V.S.I. Le ruego, por lo mismo, con todo el encarecimiento que puedo, que este escrito, hijo de la obediencia, no se presente a otros ojos ni pase a otras manos; así me lo ha prometido V.S.I.”

Bernal Díaz del Castillo, en su "Historia verdadera de la conquista de la Nueva España", afirma en el capítulo XCI, que en la escuela de pintura de Fray Pedro de Gante había tres pintores indios que hacían reproducciones de imágenes y de relicarios tan perfectas que nadie de las escuelas italiana o española podría notarlo: Marcos de Aquino, Juan de la Cruz y "El Crespillo".


Y resulta que Marcos de Aquino es el indio Marcos que mencionó Bustamante. García Icazbalceta, en su carta al arzobispo, afirma que el verdadero nombre del indio Marcos o Marcos de Aquino, era Marcos Cipactli.

 

El convento de Huejotzingo

Cipactli era el verdadero autor de la imagen de la Virgen del Tepeyac. El hecho fue confirmado gracias a una entrevista que le hicieron en la revista "Siempre" al pintor Jorge González Camarena, en 1971.


Afirmó entonces el pintor que, trabajando en la reparación de los frescos del convento de Huejotzingo, erigido entre 1524 y 1550, había descubierto la Virgen de la Letanía, pintada por el indio Marcos y que la Guadalupana era una copia fiel de ésta, copia a su vez de la Virgen de Guadalupe de Extremadura.

Como pintor y experto en pintura, González Camarena estaba calificado para reconocer la misma mano en ambas pinturas; adujo además los detalles de tipo técnico que lo llevaron a afirmar sin ninguna duda que las dos imágenes habían sido realizadas por la misma persona; "los rasgos digitales no pueden falsificarse", dijo.


Otro pintor reconocido internacionalmente, el Doctor Atl, Gerardo Murillo, declaró en 1931 que la imagen que se veneraba en la basílica era "una parodia de la imagen que se conserva en Fuenterrabia, España..." y descalificó la actual de la Villa.


Muchos otros expertos lo han hecho, inclusive aquellos contratados por la Iglesia o que han dado dinero a ésta para analizar la tilma, como la CBS, que "aportó" cinco millones de dólares, o los científicos de la NASA que analizaron el Santo Sudario de Turín, Jody Brant Smith y Philip Serna Callagan; analizaron con rayos infrarrojos la tilma y llegaron a la conclusión de que había sido retocada en infinidad de ocasiones; esto fue reconocido también por las autoridades eclesiásticas.


En la época en que se supone vivió Juan Diego, los españoles consideraban que los indios no tenían alma y por tanto no podían confesarse ni solicitar extremaunción; esto también va en contra de la posible existencia de Juan Diego, porque en una de las apariciones le dice a la virgen que va a buscar un cura para que le dé la extremaunción a su tío Juan Bernardino, que se estaba muriendo; y el indígena de 1531 ni por asomo podía darse el lujo de buscar un cura, le estaba prohibido.


Recién conquistados por los españoles, los aztecas no creían en la virgen española, veneraban a la diosa azteca, Tonantzín; Juan Diego —dicen— nació en 1474, por lo que a sus 57 años de edad difícilmente iba a cambiar de creencias al grado de tenerlas tan acendradas pero totalmente opuestas. Afirma la leyenda, no la historia, que Juan Diego murió en 1548, a los 74 años de edad, en una época en que los indígenas difícilmente pasaban de los 40, pero curiosamente, Zumárraga murió precisamente en 1548.


La Real Academia de la Historia de España también ha intervenido en la polémica. Declaró rotundamente que "lo de las apariciones es una fábula..."


La imagen ha cambiado de manos a lo largo de más de cuatro siglos, decenas de veces. Ha sufrido inundaciones, atentados y hasta derrames de ácido, según reconocen los propios religiosos. En 1770 fue recortada para ponerla en un marco, en 1895 le borraron la corona.


Dice el Nican Mopohua que a los lados de la virgen hay pintados 100 rayos, 12 circundan su rostro y cabeza, pero "son por todos 50 los que salen de cada lado"; sin embargo, la imagen del Tepeyac tiene 123; 57 del lado izquierdo y 66 del derecho. En otras palabras, es otra imagen, no la que describe el relato original que inclusive difunde la propia Iglesia. Un acercamiento a la cabeza, en las mismas postales ampliadas que se venden en la basílica, permite notar perfectamente la plasta de pintura azul que se añadió para imitar la túnica que le faltó al quitarle la corona. El ángel, del que se mencionan sus alas en verde, blanco y rojo, igual que nuestra bandera, tiene otro color —azul, en lugar de verde— en las reproducciones que se tomaron del original antes de la Independencia de 1810. Y claro, ¿Cómo era posible que el angelito tuviera los colores de la bandera en 1531, 300 años antes de que ésta existiera?


Las manos también fueron retocadas, eran más largas; los puños de la blusa; el pie que deja al descubierto la túnica es descrito en el Nican Mopohua como de color cenizo, pero ahora tiene un color anaranjado en el que se notan claramente los pincelazos.


La luna bajo la virgen es copia fiel de la de la Letanía en Huejotzingo y de la de Guadalupe en Extremadura, España. Quienes refutan que sea una copia de la de Extremadura y muestran la escultura de esta última para compararla con la imagen del Tepeyac, aduciendo que no están en la misma posición —con las manos juntas y volteando hacia la derecha y hacia abajo—, se olvidan de que Cortés trajo un estandarte que a la fecha existe en exhibición en México; ahí, la posición de la Virgen de Extremadura es exactamente la misma que la del Tepeyac.


La realidad es que la imagen fue pintada entre 1550 y 1560 por Marcos Cipactli, y los españoles, para lograr que los indios veneraran a una virgen española en lugar de a Tonantzín, inventaron todo. Zumárraga ni se enteró.


Nadie dice: “Guadalupe, la virgen”, dicen: “la virgen de Guadalupe” porque es lo correcto, es de Guadalupe, Extremadura, España; o le llaman “la guadalupana”, que significa lo mismo: es de Guadalupe, Extremadura, España.


De cualquier manera, ninguna versión prueba la existencia de Juan Diego, ni de las apariciones; las pruebas en contrario son contundentes e irrebatibles.


Así que, el ex abad de la basílica, Guillermo Schulemburg, decía la verdad; se cometió una gran injusticia con él.

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